Una de
las características de nuestra época es la vigencia de la llamada sociedad de
la información, pues tenemos a nuestra disposición la tecnología que nos
permite acceder a casi todas las fuentes imaginables que nos pueden surtir de
los datos más específicos y complejos.
En muy
poco tiempo podemos visitar bibliotecas, adquirir libros, consultar bases de
datos, acceder en suma a informaciones hasta hace muy poco totalmente
inaccesibles.
En
teoría, en Internet podemos encontrar todo de casi todo, con tal que tengamos
la suficiente pericia y la intuición que todo buen buscador debe ser capaz de
desarrollar, para acertar en la selección de los innumerables sitios que le
ofrecen los complejos ingenios informáticos.
Tanta
facilidad puede confundirnos y acostumbrarnos a la comodidad de cortar y pegar,
apropiándonos del trabajo de otros y presentándolo incluso como si fuera
propio, desafiando a las acusaciones de plagio. Otra consecuencia negativa de
estos métodos es la superficialidad, instalada como hábito, aunque disfrazada
de exactitud.
Para
contrarrestar estos riesgos, cabe proponer el regreso al viejo espíritu de
investigación, que tanto ha hecho avanzar las ramas del saber desde que el ser
humano se ha hecho las antiguas preguntas sobre las causas y el sentido de las
cosas y de sí mismo.
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